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... Muy a mi manera...

jueves, 29 de noviembre de 2012

MI CAMINO PARA SER EDUCADORA


 

       “No tener un plan de vida es como un avión que viaja sin plan de vuelo”, ésta es una frase que mi hermana constantemente repite y que me ha hecho reflexionar sobre la importancia de nuestros planes a futuro y de las decisiones que tomamos, ya que nos conducirán a diferentes puntos; sin embargo, no sólo es importante el punto de llegada sino el camino que debemos seguir para arribar a la meta. Por tanto, a continuación narraré parte del camino que he tenido que seguir para convertirme en una profesional de la educación y algunas situaciones que han contribuido a mi desarrollo como persona.

       Todo comenzó hace seis años, estaba a punto de tomar una decisión sumamente importante que cambiaría el rumbo que tomaría mi vida y que me permitiría conocer nuevos mundos y vivir maravillosas experiencias. Durante ese tiempo, tuve la oportunidad de conocer personas que reforzaban ese anhelo pero también de vivir experiencias que me acercaron a los niños, algo que no imaginé que terminaría haciendo mucho tiempo después.

       Fue en el año 2007 cuando mi deseo se hizo realidad, cuando finalmente me encontré en el lugar que tanto deseaba y que posteriormente me llevaría a buscar nuevas opciones para compartir lo que estaba aprendiendo. Seguramente ha surgido la duda sobre cuál es ese lugar, debo decir que se trataba del Colegio de Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, el cual me ha brindado múltiples oportunidades de crecimiento y despertó en mí el interés en la Filosofía de la Educación y, específicamente, en la educación en la etapa infantil.

       Los primeros dos años de formación filosófica me ayudaron no sólo a desarrollar mi capacidad de reflexión y análisis sino también a sensibilizarme en cuestiones humanas e interesarme más en la adquisición del conocimiento; sin  embargo, fue durante el verano 2009, al cursar la asignatura de Filosofía de la Educación, en el que tomé otra decisión fundamental en mi vida: estudiar la Licenciatura en Educación Preescolar. Precisamente, este interés surgió al revisar el Programa de Educación Preescolar 2004 para elaborar un proyecto sobre Filosofía para Niños; esto me situó en una problemática: “Sé acerca de Filosofía, ¿pero qué sé acerca del trabajo con niños?”.

       Comencé a informarme sobre las distintas Escuelas Normales a las que podía ingresar, solicité informes y acudí a algunas entrevistas en el Colegio “Puebla”, el Colegio “Miguel Hidalgo”, la Normal “México” y el Colegio “Benavente”; sin embargo, mi principal opción siempre fue el Benemérito Instituto Normal del Estado. Incluso, tuve algunos tropiezos al elegir esta carrera, ya que en una de las Normales me imponían como condición para ingresar dejar la universidad, sin un argumento de mayor peso que “tenían muchos papeles que recortar y material que elaborar”, aun cuando mi perfil académico cumplía con los requerimientos de su currículum.

      A pesar de los problemas, malos tratos y, de alguna manera, la “discriminación” que sufrí en algunos lugares por llevar la carga de estudiar Filosofía, no me detuve hasta lograr mi objetivo, presenté mi examen de admisión para ingresar a la Licenciatura y sentí una gran satisfacción al ver mi nombre escrito en la lista de “aceptadas”. El siguiente paso fue inscribirme y asistir a la Normal, lo cual provocó diferentes emociones y desencadenó una serie de dudas respecto a la decisión que había tomado, ya que no alcanzaba a cubrir mis expectativas o en algunos aspectos no resultó ser cómo lo había imaginado.

       Lamentablemente, el primer ciclo escolar resultó muy complicado; por un lado, la dinámica universitaria no era la misma en la Escuela Normal y, por otro, algunos de los docentes con los que estudié mis primeras asignaturas no cumplían con el perfil que yo pensaba que debían tener para estar frente a grupo y, más aún, para formar futuros docentes. Debo confesar que fueron muchas las ocasiones en las que llegué molesta o llorando por la decepción que ésto me provocaba, así como muchas fueron las veces que me indignó el pensamiento tan cerrado y la forma de enseñar dogmática que contradecía todo principio de educación moderna.

       No obstante, de entre todo lo malo que había vivido, también hubo situaciones que me animaron a seguir adelante y encontrar mi verdadera vocación; una de ellas, quizá la principal, fue la oportunidad de trabajar con el Licenciado Miguel Pérez García, el “Capitán Miguel Tik Tak” de “La nave de Tik Tak”, un gran ser humano que me enseñó a ser feliz y a amar el camino que elegí. Ese fue el momento justo en que reafirmé mi decisión y tomé el valor para continuar hasta el final; sobre todo porque se presentaron grandes oportunidades personales y de trabajo, no importando tanto el que apenas comenzara con mi preparación sino las capacidades y actitudes que vieron en mí.

       A partir de ese momento, comencé a entregarme por completo a mis carreras, con la misma dedicación y la misma pasión, con el mismo interés y de manera perseverante. Definitivamente, los problemas no dejaron de presentarse y nunca faltó un momento en que flaqueara pero volviera a levantarme, para lo que fue de suma importancia el apoyo de algunos docentes que, sin ser mis tutores, siempre estuvieron para orientarme o ayudarme a crecer, de mi familia que siempre apoya mis decisiones y de los amigos que me han acompañado en mi formación tanto dentro como fuera de la institución.

       De igual manera, no me habría sido posible llegar hasta este punto de mi carrera sin el apoyo que me han brindado en la Universidad, ya que mi coordinador de unidad ha estado pendiente de mis avances y necesidades educativas, y ha estado presente en los momentos en que lo he necesitado. Pero uno de mis catedráticos ha sido quién más me ha inspirado y motivado a seguir esta carrera, incluso más que algunos docentes de la Normal, ya que ha propiciado el análisis de textos que contribuyan a mi formación en ambos campos, me ha ayudado a reflexionar sobre las condiciones del Sistema Educativo Mexicano actual y me ha permitido expresar mis inquietudes acerca del proceso cognitivo de los niños; pero, lo más importante, le dio un sentido verdaderamente humanista a mi formación académica.

       Sin duda, el papel de la familia en el proceso educativo no se detiene al terminar la Educación Básica o Medio Superior; en mi caso, ha sido de vital importancia su apoyo al permitirme tomar mis propias decisiones y resolver mis problemas, así como su comprensión ante mi ausencia, ante los desvelos y momentos de estrés. Creo firmemente que la influencia de mi contexto familiar ha permitido que mi interés por estar siempre aprendiendo algo nuevo crezca y, principalmente, que busque compartirlo con los demás; desde mi infancia siempre he estado en cursos que me permitan desarrollarme de manera integral, ya sea de música, de idiomas, de artes plásticas o expresión teatral.

       Es así como inició y ha transcurrido mi camino por la formación docente, con momentos de alegría y frustración, con etapas de estrés y satisfacciones, con retos nuevos y dificultades a superar; pero siempre de manera constante, con el respaldo de muchas personas que creen en mí y me motivan a que yo también lo haga, y teniendo claro cuál es mi principal objetivo: Educar desde un enfoque realmente humanista.

¿Cómo entender la complejidad?

“El desafío de la complejidad es el de pensar complejamente como metodología de acción cotidiana, cualquiera sea el campo en el que desempeñemos nuestro quehacer”.

Tal como lo menciona Marcelo Pakman en su presentación de la “Introducción al pensamiento complejo”, de Edgar Morin[1], nos encontramos en un momento en el que todo aspecto de la experiencia humana es, por necesidad, multifacético; por tanto, implica un entramado de cuestiones lógicas, epistemológicas, científicas y filosóficas, pero también factores sociales y culturales para explicar diversos aspectos o componentes de la realidad. Es así como el “pensamiento complejo” y las “ciencias complejas” se desarrollan para formar nuevos paradigmas en el conocimiento científico.

La “complejidad” en términos semánticos implica cierta ambigüedad; en principio, porque se entiende como complejo aquello que no puede reducirse a una idea simple, a la vez que la complejidad no puede ser definida de manera simple para desembocar en simplicidad. En cierto sentido, podríamos referirnos a la complejidad como una “palabra problema” y no como solución, ya que el método que ella implica plantea al pensamiento el reto de dominar lo real.

Al tratar de comprender la complejidad, es necesario tener presente el papel que el pensamiento juega para integrar cada elemento simple que compone la realidad; por otra parte, es importante también hacer una distinción entre “pensamiento complejo” y “pensamiento completo”, pues el primero reconoce la imposibilidad de alcanzar una certidumbre total, aunque no rechaza la aspiración a una explicación lo más cercana posible al funcionamiento de la realidad.

Es este el punto de partida para un cambio de mirada sobre el pensamiento científico, pues este se transforma, ha pasado de pretender concebir la realidad desde el pensamiento completo, a tratar de entenderla de manera compleja; de alguna manera, sería posible hablar del punto de encuentro del pensamiento científico con la reflexión filosófica en torno a la concepción del mundo, de las leyes a las que estamos circunscritos y a la manera en que el hombre concibe el funcionamiento de su propia mente.

Precisamente, para comprender estos aspectos de la realidad, no es necesario descomponerla hasta sus elementos ínfimos; por el contrario, el pensamiento complejo debe ser capaz de concebir la conjunción de dichos elementos, reconociendo su diversidad y el papel que juegan al relacionarse entre sí. Por tanto, consideremos prudente una interrelación de ciencias exactas, sociales, humanas y naturales, como ya se mencionaba al principio, para conocer el mundo.

De igual manera, ya se mencionaba la necesidad de desarrollar un pensamiento complejo para entender la complejidad; en primera instancia, ello se debe a la paradoja que se establece entre unicidad y multiplicidad, luego porque la realidad presenta un entramado de acciones tanto previstas como azarosas. Es así como la mirada del científico ha hecho a un lado el determinismo y se ha abierto a la posibilidad de incorporar el “desorden” a este sistema complejo.

Hoy en día, las ciencias de la complejidad representan una nueva forma de racionalidad científica que corresponde al mundo actual y hacia el futuro, con los retos que implica actualmente y las nuevas dinámicas complejas. Como ya se ha descrito, esta nueva forma de pensamiento permite unificar diferentes perspectivas, tomando en cuenta no sólo  implicaciones científicas sino también culturales, económicas y políticas; por tanto, las ciencias de la complejidad representan un auténtico programa interdisciplinario de para comprender el universo, para adentrarnos un poco más en el conocimiento de la mente humana y para estudiar todo fenómeno, comportamiento o sistema que dé muestras de complejidad.

Asimismo, nuestro Sistema Educativo ha propuesto una reforma que retome esta transformación del pensamiento científico; no obstante, la forma de enseñar de nuestros docentes actuales crea una cadena de pensamiento y acciones que coartan el desarrollo de los futuros educadores y de los estudiantes a su cargo, ya que los vicios que les fueron transmitidos, están marcando no sólo el desarrollo de los individuos sino de la sociedad en general. Esto resulta curioso si entendemos este sistema como un sistema complejo y analizamos las relaciones de sus individuos con sus muy particulares formas de actuar y de pensar.



[1] Morin, Edgar (2006), “Introducción al pensamiento complejo” en Biblioteca del pensamiento complejo, [en línea]